sábado, 21 de julio de 2018

Capítulo 31. Evelyn

El último tiempo he intentado componer la vida, continuar y no porque haya sido una opción, sino más bien porque era lo que tenía que hacer. El trabajo, las clases, me mantuvo ocupada evadiendo lo inevitable: la pérdida, el duelo, la pena.
Hace muy poco terminé mi último semestre y claro, la vida ya no parecía tan ajetreada como antes. Comencé a dormir de manera decente, a estar tiempo con mi familia, a despertar sin alarma. Ya no había que seguir evadiendo, ahora me tocaba enfrentar lo inminente: mis emociones, mi duelo, mi pena, mis muertos.
La catarsis fue ineludible e impostergable para intentar componer mi vida después de perderla.

Evelyn, no solo es mi segundo nombre, es también el segundo nombre de mi madre y por el que le gustaba que la llamaran. Hace casi un año y ocho meses que mi mamá falleció y yo he eludido darme el tiempo de vivir mi duelo. Es fuerte, es duro, pero debo hacerlo.

Mi madre se caso joven con Antonio, mi padre. Tuvo cuatro hijos y alcanzo a conocer dos de sus nietas. Fue una mujer que me enseño el valor y amor por la familia, conciliadora y amorosa. Se que no pude haber crecido con más amor y entrega y lo agradezco infinitamente.

De ella heredé un sinfín de cualidades, incluso a pesar de nuestras diferencias y caracteres tan distintos y a veces incluso opuestos.  Heredé la curiosidad por experimentar en una infinidad de cosas. Me enseño a tejer y bordar, aunque nunca logró que aprendiera crochet. Compartimos gustos literarios y musicales, el gusto por las exposiciones y el arte. Continuó la tradición de ir a comer pizza tradicional al Portal Fernandez Concha, así como lo hizo mi Tata con ella.  

Siempre admire su capacidad de amarnos, de estar siempre con las palabras precisas y adecuadas, de apañarnos y apoyarnos incondicionalmente. 
Recuerdo que antes de entrar al colegio me enseñó a escribir mi nombre y para evitar el bullying en mi etapa preescolar por mi nulo pronunciamiento de la erre, estuvo ese verano enseñándome como debía generar el sonido para no decir pedo en vez de perro o dosa en vez de rosa.
Mi madre, no sabía nadar, y tenía un pánico terrible de que nos pasara algo y ella no pudiera ayudarnos, fue así como decidió inscribirnos a clases de natación durante un verano junto a mis hermanos mayores. Siempre fue tan precavida y preocupada. 
Amaba las flores sobretodo las perennes, porque tienen flores todo el año. Amaba los geranios y los clarines. 
Cuando nos fuimos a vivir a El Monte, pasamos muchas noches con las luces de la casa apagadas, recostados en la terraza para contemplar las estrellas y el sonido de los grillos. 
Después de perder a mis abuelos maternos, mi madre enfermó. La pena y el cansancio hicieron estragos en su cuerpo, que cada día se hizo más frágil. Pasó varios meses hospitalizada hasta que logró salir adelante y volvió a casa para lo que serían sus últimos meses con nosotros. Fue tan generosa que hasta en eso fue precavida, nos regalo tiempo, tiempo con ella hasta su última hospitalización de la que no volvería a casa. 
Un 25 de Noviembre, llegó a mi casa una patrulla de Carabineros, para decirme que mi mamá había tenido un accidente y estaba hospitalizada. Después de eso, mi corazón ya sabía lo que pasaba, pero me negaba a creerlo, era imposible lo del accidente, porque llevaba hospitalizada un par de semanas. Quizás llamaron del hospital, y como nadie respondió el teléfono mandaron una patrulla para que nos avisaran, no lo sé. Mi papá venía viajando desde el sur y yo estaba con bebé, mi hermano menor. Ambos supimos lo que pasaba y le avise a mi papá que saldríamos pero que volveríamos pronto. No podía decirle lo que mi corazón sentía, que mi mamá ya no estaba. 
Fue el viaje más angustiante. Llegamos corriendo y esperamos al doctor en una sala, solos con bebé, sentados juntos. La cara del doctor lo dijo todo antes de que abriera la boca. Mi mamá había hecho un paro cardiorrespiratorio, del que su cuerpo cansado de luchar no logró salir. Evelyn, mi madre había fallecido. Salí de la sala con bebé de la mano, cerramos la puerta y solté el llanto contenido, nos abrazamos y supe que tendría que ser yo la que les avisara a mis hermanos, a mi papá. 
Llamé a Jorge, mi hermano mayor. Fue al primero que llamé, no podía darle esa noticia a mi papá por teléfono. Como le decía a mi papá que su compañera de toda la vida ya no estaba. No me sentía capaz de decírselo, le pedí que me ayudara a contener a mi papá. 
Mi otro hermano estaba en Iquique. Lo llamé muchas veces. No contestaba. Cuando logré comunicarme no había alcanzado a contestar y el ya sabía lo que tenía que decirle. Escuche sus gritos y su llanto por teléfono, no podía abrazarlo, no podía contenerlo. Solo le pedí que volviera a casa, que lo necesitaba. Viajo al otro día en el primer vuelo a Santiago.
Tomamos un taxi con bebé llorando, acompañándonos en el viaje más eterno de regreso a casa. Yo esperaba que Jorge estuviera en casa, pero no fue así. Abrí la puerta y mi papá ya había llegado, no podía disimular mis ojos hinchados de tanto llorar y no podía esperar a Jorge. Me senté en la cama al lado de mi viejo y le dije que mi mamá había muerto. Llanto, gritos, pena, dolor. Nos abrazamos. Supe en ese momento, que debería ser yo la que debía avisarle al resto de la familia, mi papá no estaba en condiciones de nada.
Llamé a mi tío y mi tía. Les avise a mis amigos, que llegaron en menos de diez minutos a mi casa, porque estaban al tanto del frágil estado de salud de mi mamá.
Esa misma noche, fuimos con Jorge y Antonio, ha hacer los trámites a la funeraria. No recuerdo en que momento llego mi tía, mi tío, mis primos. 
Escogí la ropa con la que vestiríamos a mi mamá. Fui con mi tía y Jorge a buscarla. 
Tengo cosas tan grabadas en mi mente, y el sentimiento de cuidar y proteger a mi papá, y que no fuera él, el que tuviera que pasar por todo esto, que preferí ser yo la que tuviera que lidiar con ciertas cosas y no él.
Estuvimos juntos, aclanados como siempre. No comí ni dormí mucho ese fin de semana, ni los días posteriores al funeral de mi madre. No fui a trabajar durante la semana siguiente, tampoco a clases. Me encerré con mis hombrecitos, debíamos reunir fuerzas para seguir. 

Hace algunas semanas atrás me propuse intentar terminar los proyectos que dejo inconclusos mi madre, como una manera de acercarme a ella y a lo que sus manos no lograron terminar. 
Llevó algunos días con mucha pena, llorando desconsoladamente en silencio, junto a la Sofía, mi hija gata. A sido mi manera de liberar la pena. No me he controlado, he dejado que mi cuerpo exprese con plena libertad todo lo que llevo cargando durante los últimos años. Sé que mi dolor y mi pena no desaparecerán nunca, pero debo entenderlo para poder aprender a vivir con ello.