sábado, 6 de junio de 2020

Capítulo 36. Inevitablemente rota

Cuando los días duelen, me quedo en cama, durmiendo a ratos y deseando despertar. 
La sensación de dolor intensa es mitigada por el anhelo de despertar del mal sueño. Llevo años sintiendo esa sensación de letargo y agonía. Creo que llevo años intentando despertar. 

En los tiempos en que mi mamá aún vivía, todo era más fácil. Me escabullía en su cama y la vida se reiniciaba. No importaba que tanto doliera, que tan terrible fuera o cuantos problemas tuviera, siempre estaba ella y su cama que me acurrucaba de todo y todos.
Ella ya no esta. 

Llevo mucho tiempo perdida, a ratos vacía e inevitablemente rota. 
Ya no me siento. 
Estoy expuesta, malherida, adormecida. 
El dolor se afana en dejarme sin aire, ahogándome, aturdiendome. 
Lloró, es inevitable. A veces llega sin aviso, me invade, tiemblo. 
Me encierro. Es mi manera de mantener el dolor contenido y de evitar los coletazos de mi dolor en otros, porque se como es. Sé como soy. 





viernes, 14 de junio de 2019

Capítulo 35. Desechable.

Los guardias decían que debíamos salir de la estación y en los altoparlantes no se lograba entender qué mierda pasaba. 
Ví a mucha gente corriendo a lo largo del andén; guardias, seguridad, personal con equipo de rescate. El metro estaba sin energía y con las puertas bloqueadas, los pasajeros estaban adentro. 

Logré escuchar a un vigilante que alguien había caído a las líneas.
Sentí una angustia tan profunda que no podía respirar, me empecé a ahogar, a desesperar. Necesitaba salir y yo no entendía porque la gente no quería salir. Todos se acercaban a mirar. Yo seguía sin entender. 

Alguien había muerto y escuche comentarios tan indolentes; algunos se reían porque alguien se había tirado al metro, otros reclamaban un puto boleto de metro, un boleto por la shusha, en serio? Weón se murió alguien y en serio estaí pensando en un puto boleto de metro. Sentí impotencia, pena, angustia.
Intenté calmarme respirando, pero no lograba sacar el aire. Subí las escaleras desorientada, ahogada. Los cabros me siguieron.

Salí a la esquina de Catedral con San Martín, donde se encuentra la escalera del metro San Ana. Me llevé las manos a la panza, aún no lograba sacar el aire. Intenté calmarme sobando la panza en círculos, como me enseñó mi mamá y de la nada comencé a llorar con una pena tan grande. Sentí tanto dolor. 
Seguí ahogada un rato más, llorando. Logré calmarme un poco y comencé a respirar mejor, pero seguí llorando mucho rato después.

Se me acercó una mujer, no sé de qué edad porque yo estaba agachada; me ofreció un pañuelo y me pregunto que si estaba bien. 
Seguí llorando ahogada y le respondí que no se preocupara que estaba bien. En lo único que pensaba era que necesitaba respirar y calmarme porque estaba en plena crisis de pánico y debía contenerme; necesitaba concentrarme en respirar para poder calmarme. 
De la nada me pregunta si acaso vi el cuerpo o si vi algo. Solo atiné a mover la cabeza asqueada con su insensibilidad. Seguí llorando, y en lo único que pensé fue: mundo culiaó en el que vivo; preocupados que les devolvieran un pasaje, de reírse, de mirar, de grabar, de tomar fotos; había alguien muerto y a nadie parecía importarle. 
Los cabros me apañaron todo el rato, dándome el espacio necesario para poder calmarme y contenerme cuando ya había logrado asimilar que me provocó la angustia y la crisis. 

Caminamos un rato, las lágrimas me caían solas. Me limpie la cara varias veces. Escuché las sirenas de los bomberos y la gente en vez de dejarlos pasar, seguían cruzando la calle. Seguí pensando que eran todos un montón de culiaos de mierda. 


viernes, 29 de marzo de 2019

Capítulo 34. Nosotros

Él no tenía nada claro.
Yo no tenía nada claro.
Ninguno de los dos tenía resuelta la vida. Para ambos la vida era un poco caótica, dispersa y aproblemada. La vida adulta era un fiasco profundo. 

A veces nos acompañamos; a ratos, de lejos o de cerca. Nos vemos días seguidos o desaparecemos semanas completas. Hablábamos poco y a ratos hablamos mucho. Nos acercamos y nos alejamos como las olas en la arena. A veces ambos nos preocupamos, otras no.

El tiempo ha sido un vaivén extraño en nuestras vidas. Nos junta y nos separa, como sí todo esto fuera un ciclo. Como si nos quedara siempre algo pendiente. 
Así han pasado los años, la vida. Siempre me pregunto si realmente tenemos algo pendiente; o él o yo o ambos somos tan cobardes de no hacer nada por saber que sucede. 

Es una relación ambigua, ninguno de los dos sabe que piensa o siente el otro. Ambos tenemos corazas y ninguno las quiere romper. Quizás por temor a perder lo que tenemos, pero que tenemos? Un vínculo, un lazo, un afecto escondido que ninguno quiere reconocer. 
Hemos sido temerosos y no hemos aprendido nada en todos estos años. Seguimos separados y juntos. Seguimos siendo cobardes a nuestra manera, pero preferimos eso a nada. Acaso nos resignamos a eso para no sufrir, ni comprometernos. Porque al final a nuestra manera, nosotros nos seguimos teniendo, a pesar de todo y nada a la vez. Seguimos siendo nosotros aunque ni tú ni yo lo reconozcamos. 

domingo, 25 de noviembre de 2018

Capítulo 33. Dos años

25 de noviembre del 2016. Santiago. 19:40 horas.
El cuerpo agotado de mi mamá dejo de luchar.

Los setecientos treinta días posteriores a la pérdida han sido agotadores.
Han sido los tiempos más duros que me ha tocado vivir. Pienso en ella cada día. Me hace tanta falta. La extraño. 
He despertado llorando cada vez que logro soñar con ella.
Me cuesta entender como el tiempo ha pasado tan rápido, como han pasado dos años desde que ya no esta.

Cuesta entender el dolor de perder a alguien cuando uno no lo ha vivido, para explicarlo de manera sencilla: es uno de los dolores más grande que uno puede experimentar. 
La gente siempre dice que uno aprende a vivir con el dolor, que con el tiempo duele menos. Que uno tiene que seguir adelante. Y todo ese discurso bonito de positivismo de mierda, pero ellos jamás entenderán lo que es lidiar con algo que no han vivido.

Yo aún no encuentro la formula para que duela menos. 
Sigo lidiando con aprender día a día a vivir con el dolor. Duele y sigue doliendo como hace dos años. Sigo sintiendo el pecho oprimido. Sigo sintiendo que el dolor es tan grande que no puedo respirar. Sigo llorando escondida. Sigo oliendo su ropa cuando lo único que necesito es un abrazo de ella. 

La pienso cada día. Recuerdo que siempre que el Antonio viajaba al sur dormía con ella. Extraño algo que era tan cotidiano como dormir abrazadas. Extraño escuchar "ya llego la tarro con piedras", escuchar su voz, su olor, ir a Ravera a comer pizza tradicional, ver La Fiera a la hora de almuerzo, su risa, su carcajada de bruja, sus apreciaciones tan asertivas.

No ha dejado de doler ni un poquito, me sigues haciendo falta mamá tejona. Me seguirás haciendo falta sin importar cuanto tiempo haya pasado, así pasen diez o veinte años, seguirá doliendo como hace dos años atrás.














   







domingo, 14 de octubre de 2018

Capítulo 32. La decisión más difícil

Antes de mi último viaje, me fui con miedo. Miedo a que no esperara a que volviera. Miedo a estar lejos. Miedo a dejarla partir.

La Funny, llego a mi vida de una manera muy bella. Me la regalaron en el colegio unas compañeras después de haber perdido a Andy Panda.

Pequeña, de pelo negro, con una alegría y amor inigualable, desmesurado y sin restricciones. Así llegó a mi vida la negrita, una de mis perritas. 

He visto como su hocico se lleno de canas, como ha ido perdiendo el olfato y la vista. Como se ha ido deteriorando con el paso de los años y como su cuerpo se ha ido apagando de a poco.

Decidir que hacer es terriblemente doloroso. Prolongar su vida, con sufrimiento de por medio o ayudarla para que su tránsito por este mundo sea de la manera menos dolorosa posible.
Opte por dejar mi egoísmo de lado y decidí una muerte asistida para la que ha sido mi compañera por más de trece años.
La negra siempre fue pura felicidad y puro amor, dejarla partir significo tener el valor suficiente para tomar la decisión más difícil que uno puede tomar en esta vida.

Ayer después de trece años con un mes y tres días de habernos acompañados, la negrita partió acompañada de su familia, con plena tranquilidad. 
Yo me quede con la pena de haberla perdido, pero con la calma y la paz que fue lo mejor para ella.


10 de Septiembre del 2005 - 13 de Octubre del 2018


sábado, 21 de julio de 2018

Capítulo 31. Evelyn

El último tiempo he intentado componer la vida, continuar y no porque haya sido una opción, sino más bien porque era lo que tenía que hacer. El trabajo, las clases, me mantuvo ocupada evadiendo lo inevitable: la pérdida, el duelo, la pena.
Hace muy poco terminé mi último semestre y claro, la vida ya no parecía tan ajetreada como antes. Comencé a dormir de manera decente, a estar tiempo con mi familia, a despertar sin alarma. Ya no había que seguir evadiendo, ahora me tocaba enfrentar lo inminente: mis emociones, mi duelo, mi pena, mis muertos.
La catarsis fue ineludible e impostergable para intentar componer mi vida después de perderla.

Evelyn, no solo es mi segundo nombre, es también el segundo nombre de mi madre y por el que le gustaba que la llamaran. Hace casi un año y ocho meses que mi mamá falleció y yo he eludido darme el tiempo de vivir mi duelo. Es fuerte, es duro, pero debo hacerlo.

Mi madre se caso joven con Antonio, mi padre. Tuvo cuatro hijos y alcanzo a conocer dos de sus nietas. Fue una mujer que me enseño el valor y amor por la familia, conciliadora y amorosa. Se que no pude haber crecido con más amor y entrega y lo agradezco infinitamente.

De ella heredé un sinfín de cualidades, incluso a pesar de nuestras diferencias y caracteres tan distintos y a veces incluso opuestos.  Heredé la curiosidad por experimentar en una infinidad de cosas. Me enseño a tejer y bordar, aunque nunca logró que aprendiera crochet. Compartimos gustos literarios y musicales, el gusto por las exposiciones y el arte. Continuó la tradición de ir a comer pizza tradicional al Portal Fernandez Concha, así como lo hizo mi Tata con ella.  

Siempre admire su capacidad de amarnos, de estar siempre con las palabras precisas y adecuadas, de apañarnos y apoyarnos incondicionalmente. 
Recuerdo que antes de entrar al colegio me enseñó a escribir mi nombre y para evitar el bullying en mi etapa preescolar por mi nulo pronunciamiento de la erre, estuvo ese verano enseñándome como debía generar el sonido para no decir pedo en vez de perro o dosa en vez de rosa.
Mi madre, no sabía nadar, y tenía un pánico terrible de que nos pasara algo y ella no pudiera ayudarnos, fue así como decidió inscribirnos a clases de natación durante un verano junto a mis hermanos mayores. Siempre fue tan precavida y preocupada. 
Amaba las flores sobretodo las perennes, porque tienen flores todo el año. Amaba los geranios y los clarines. 
Cuando nos fuimos a vivir a El Monte, pasamos muchas noches con las luces de la casa apagadas, recostados en la terraza para contemplar las estrellas y el sonido de los grillos. 
Después de perder a mis abuelos maternos, mi madre enfermó. La pena y el cansancio hicieron estragos en su cuerpo, que cada día se hizo más frágil. Pasó varios meses hospitalizada hasta que logró salir adelante y volvió a casa para lo que serían sus últimos meses con nosotros. Fue tan generosa que hasta en eso fue precavida, nos regalo tiempo, tiempo con ella hasta su última hospitalización de la que no volvería a casa. 
Un 25 de Noviembre, llegó a mi casa una patrulla de Carabineros, para decirme que mi mamá había tenido un accidente y estaba hospitalizada. Después de eso, mi corazón ya sabía lo que pasaba, pero me negaba a creerlo, era imposible lo del accidente, porque llevaba hospitalizada un par de semanas. Quizás llamaron del hospital, y como nadie respondió el teléfono mandaron una patrulla para que nos avisaran, no lo sé. Mi papá venía viajando desde el sur y yo estaba con bebé, mi hermano menor. Ambos supimos lo que pasaba y le avise a mi papá que saldríamos pero que volveríamos pronto. No podía decirle lo que mi corazón sentía, que mi mamá ya no estaba. 
Fue el viaje más angustiante. Llegamos corriendo y esperamos al doctor en una sala, solos con bebé, sentados juntos. La cara del doctor lo dijo todo antes de que abriera la boca. Mi mamá había hecho un paro cardiorrespiratorio, del que su cuerpo cansado de luchar no logró salir. Evelyn, mi madre había fallecido. Salí de la sala con bebé de la mano, cerramos la puerta y solté el llanto contenido, nos abrazamos y supe que tendría que ser yo la que les avisara a mis hermanos, a mi papá. 
Llamé a Jorge, mi hermano mayor. Fue al primero que llamé, no podía darle esa noticia a mi papá por teléfono. Como le decía a mi papá que su compañera de toda la vida ya no estaba. No me sentía capaz de decírselo, le pedí que me ayudara a contener a mi papá. 
Mi otro hermano estaba en Iquique. Lo llamé muchas veces. No contestaba. Cuando logré comunicarme no había alcanzado a contestar y el ya sabía lo que tenía que decirle. Escuche sus gritos y su llanto por teléfono, no podía abrazarlo, no podía contenerlo. Solo le pedí que volviera a casa, que lo necesitaba. Viajo al otro día en el primer vuelo a Santiago.
Tomamos un taxi con bebé llorando, acompañándonos en el viaje más eterno de regreso a casa. Yo esperaba que Jorge estuviera en casa, pero no fue así. Abrí la puerta y mi papá ya había llegado, no podía disimular mis ojos hinchados de tanto llorar y no podía esperar a Jorge. Me senté en la cama al lado de mi viejo y le dije que mi mamá había muerto. Llanto, gritos, pena, dolor. Nos abrazamos. Supe en ese momento, que debería ser yo la que debía avisarle al resto de la familia, mi papá no estaba en condiciones de nada.
Llamé a mi tío y mi tía. Les avise a mis amigos, que llegaron en menos de diez minutos a mi casa, porque estaban al tanto del frágil estado de salud de mi mamá.
Esa misma noche, fuimos con Jorge y Antonio, ha hacer los trámites a la funeraria. No recuerdo en que momento llego mi tía, mi tío, mis primos. 
Escogí la ropa con la que vestiríamos a mi mamá. Fui con mi tía y Jorge a buscarla. 
Tengo cosas tan grabadas en mi mente, y el sentimiento de cuidar y proteger a mi papá, y que no fuera él, el que tuviera que pasar por todo esto, que preferí ser yo la que tuviera que lidiar con ciertas cosas y no él.
Estuvimos juntos, aclanados como siempre. No comí ni dormí mucho ese fin de semana, ni los días posteriores al funeral de mi madre. No fui a trabajar durante la semana siguiente, tampoco a clases. Me encerré con mis hombrecitos, debíamos reunir fuerzas para seguir. 

Hace algunas semanas atrás me propuse intentar terminar los proyectos que dejo inconclusos mi madre, como una manera de acercarme a ella y a lo que sus manos no lograron terminar. 
Llevó algunos días con mucha pena, llorando desconsoladamente en silencio, junto a la Sofía, mi hija gata. A sido mi manera de liberar la pena. No me he controlado, he dejado que mi cuerpo exprese con plena libertad todo lo que llevo cargando durante los últimos años. Sé que mi dolor y mi pena no desaparecerán nunca, pero debo entenderlo para poder aprender a vivir con ello.














martes, 13 de marzo de 2018

Capítulo 30. Las piedras

Reflexionaba durante estos días de pajerismo/laboral/practicante sobre ese afán que tenemos los humanos de tropezar con la misma piedra una y otra y otra vez. 
Bueno quizás no son todos; quizás soy solo yo, y saben lo peor de todo es que, como que me anduve encariñando con ellas y es BRÍ GI DO!
(y en mi cabeza suena: tropecé de nuevo con la misma piedra la canto con la manito en la oreja, entrecerrando los ojos, ladeando la cabeza mientras intento sonar afinada

Me cuesta una cantidá soltar después de algún episodio de decepción/tristeza. Yo me pregunto, no debería ser más fácil acaso? Pero bueno, nací porfiada y terca como una mula, y para mí no es para nada de fácil. Soy muy géminis pa mis weás por la shusha. Soy una perra tan sentimental, me las sufró todas, lloró hasta cansarme, después de eso viene la calma. Claro a ratos. 

Saben que es lo peor de encariñarse con las piedras, que uno perdona una y otra vez y es así como la gente se acostumbra a hacerte daño y es porque uno les permite que tengan ese poder sobre uno. 
Porque mierda, si sé que algo me hace mal, sigo intentando hasta el cansancio, aunque claro eso no es siempre así. A veces intento que las cosas resulten de buena forma, pero en otras ocasiones y eso depende de la luna, las estrellas y los cometas, mis niveles de paciencia son superados y mando todo a la shusha sin pensarlo mucho.

Seré sincera, soy una persona que da muchas oportunidades antes de dejar de perdonar a la gente que me hace daño, lo que ha sido nefasto en cuanto a el desgaste emocional que esto me ha provocado. 
No he tenido tantos amores, pero los que han existido, han sido como tener a los guionista de alguna teleserie mexicana llena de milagros; con ciegos que vuelven a ver, pobres que eran ricos, lisiados que caminan y claro, yo aún no he visto ninguno de esos milagros en mai laif, pero han tenido harto drama, llanto, peleas, reconciliaciones y términos desafortunados.

Aún no aprendo a que hay que desprenderse de esos amores tan funestos y dolorosos. No se que habré hecho en mis vidas pasadas, pero en está me ha tocado arreglar todas las cagás que tuve en mis mil vidas pasadas, no me explico de otra forma tanto infortunio en una sola persona.

Supongo que los años (espero tatita Dioh), me darán la capacidad de dejar el suelo al que me aferro cada cierto tiempo cuando me suceden esta clase de desgracias y aprenda a limpiarme las rodillas y pararme con mayor velocidad para no encariñarme con las piedras nuevamente.