jueves, 13 de octubre de 2016

Capítulo 16. Jardín Botánico

En mis días de más juventú, hubo un período que nos dio por ir al Jardín Botánico en Viña del Mar. 
Fue así como al terminar el semestre, se nos ocurrió ir apatotaos a vacilar y celebrar el fin del estrés semestral.

Quien se haya subido a alguna micro de la quinta región podrá entender la emoción de volar, y sentir que fantasilandia es una shala zico al lado de tremenda adrenalina con esos chóferes con complejo de rápido y furioso.

Fue así como después de comprar en Valpo todo lo necesario para nuestro party jard, esperamos eternamente la micro, para hacer más grato el trayecto y la conversa durante el camino ( porque a estas alturas toda la pipuls iba mas seca que escupo de momia ) bajarnos de la micro, caminamos cargados como equecos y decidimos donde nos pondríamos a beber, para por fin posar nuestros cachetes en el pasto.

Los melones con vino comenzaron a rotar en esa gran ronda de gente conversadora, gritona, con carcajadas tras carcajada. Algún chimbombo chimbombero con duraznos pasando de mano en mano y una cantidad interminable de latas de cerveza. Era una convención de monos. Cada uno en su volada, pero a la vez todos juntos.

Merecíamos tanto ese momento, que después de ese Jardín Botánico, vinieron otros jardines, apañadores de tomateras eternas y dolores de guata de felicidad. 

Después de varias horas de compartasound, y blabla, los curaos odiosos debía migrar a sus calabazas. Y está, esta si que era la odisea de la vida. Llegar al Jardín Botánico no fue nada comparado a la vuelta. 
El amigo vampiro,  que era el único que había llegado en auto, y había tomado tanto como los otros monos, era la única opción. 
Subimos como diez personas en un auto enano. Y el vampiro, era igual o peor a los chóferes rápido y furioso de las micros; pero quizás deba afirmar que definitivamente fue peor, porque bueno... el Vampiro andaba tan curaóh como todos nosotros. 

Volvimos a Valpo sanos y salvo después de tremenda proeza etílica de andar con tantos curaos arriba de un auto, con un chófer curao, y lograr esquivar tantas curvas en el camino así de curaos como ibamos. Aun no recuerdo en que momento llegamos al departamento del Vampiro y seguimos carreteando un rato más. 

Desde ese momento, el Jardín Botánico se convirtió en un lugar de peregrinación etílica que continuamos realizando en algunas ocasiones posteriores y se transformo en un lugar de respeto; porque, desde el momento mismo que alguien mencionaba que iríamos al jardín, todos sabían que nada bueno podría terminar de esa decisión tan valiente. 






lunes, 10 de octubre de 2016

Capítulo 15. Alcohólicos Anónimos

El calor de este tiempo abre en mi vida la temporada de cervezas que solo se ve interrumpida por el frío, porque con lo buena que soy pá tomar y mear, debería beber casi con un plenitud puesto pa poder tomar tranquila.

Ya por estas fechas, me gusta tomarme una, dos, tres, o cuatro cervezas bien heladas, de vez en cuando. Conversadas o a solas. Da igual. Sea un buen o un mal día, una cerveza helada, echada y sin zapatos soluciona todos los males de la vida. 

Y claro, yo que soy una mujer que trata de arreglar todo al final del día, que casi me puse en campaña de relajasound, y esta semana he tomado casi todos los días una cerveza helada para rematar el día de la mejor manera. Esta experiencia es solo comparable a ver películas mamonas en invierno acostada con mi gata comiendo chocolate. Pero, ya estamos fuera de temporada de chocolates mamones. 

Esta semana, sagradamente paso en la noche a una botillería que está en San Martín con Moneda. El amigo ya me conoce, y hasta me destapa la botella. Me la tomo tranqui, con un cigarrito caminado hasta el paradero. Todo piola hasta que el otro día no pase a comprar ahí, sino donde el vecino. Me vine tranqui a beber mi deleite nocturnos y pff mi papá me pilla entrando con mi botella.

Vino un discurso moral, de que él no bebía y que como él no lo hacia yo tampoco debía hacerlo. Después del primer argumento en mi cabeza solo sonaba en bla bla bla derretido de los labios del Pelao. 

Después vino la charla de los alcohólicos, de que tomaba muy seguido, de que ya había empezado de nuevo acaso? Yo solo explote en una carcajada, era pá tanto color digo yo? Si una cerveza no me convierte en alcohólica, ni en delincuente (Bueno, según el Pelao, delincuente ya soy, porque tengo tatuajes.) 
Casi salió de su boca que debía buscar ayuda, que mi vida estaba sin rumbo, y que había vuelto a mis andanzas de Brígida por la vida. En mi mente se escucho algo así como (sí sigues así, yo mismo me encargare de llevarte a alcohólicos anónimos). 
No me considero una mujer borracha, me gusta beber, quizás más seguido de lo que debería. Pero existe alguna tabla que dice cuanto puedo beber? No. Existe algún manual de la buena eduqueishons para saber hasta cuantos litros de cerveza puedo tomar sin ser catalogada de alcohólica?

Busque en el diccionario de la Real Academia Española el significado para poder entender y dice lo siguiente:

Alcohólico (a)
1. adj. Que contiene alcohol
2. adj. Perteneciente o relativo al alcohol
3. adj. Producido por el alcohol
4. adj. Que padece de alcoholismo.

No me decía mucho, osea puedo solo oler el alcohol y ya sería alcohólica porque contengo alcohol? Nada que ver. Quise ser más especifica y busque alcoholismo, que cuando uno lo lee, por lo menos en mi mente oigo las peores enfermedades de la vida, lepra, gonorrea, sífilis, etc, atróh!

Alcoholismo
1. Abuso en el consumo de bebidas alcohólicas
2. Enfermedad ocasionada por el abuso de bebidas alcohólicas, que puede ser aguda, como la embriaguez, o crónica


Y con esto termine de convencerme de que yo no tengo ni una atao con el copete. Porque no hay abuso, y si no hay abuso no hay alcoholismo. Menos mal, porque yo ya me sentía como una niña del SENAME, delincuente juvenil adicta a los derivados del tolueno y que hacia mamones por quina en la esquina.







lunes, 3 de octubre de 2016

Capítulo 14. Parque Acuático

Nunca fui muy buena para enfermarme, pero de chica sufrí ene con el smog santiaguino. Vómitos, mareos era la tónica de siempre que había pre emergencia o emergencia en Shaguito

Mis viejos un poco aburridos de la vida capitalina decidieron emprender el vuelo a otros horizontes y nos fuimos a vivir al campo. Todo un mundo nuevo, para nosotros.
Nos fuimos a vivir a El Monte, que tampoco es taaaan lejos de Santiago. Fue bakan ver como construían la que sería nuestra casa, jugar en el patio gigante con pastizales enormes. Los mejor de todo es que la nueva casa tenía una acequia al fondo con unos sauces enormes. 
Paso el primer año escolar en la escuelita rurals, y se venía el verano y con ello las vacaciones. 
Habíamos hecho un columpio en el sauce, que era de lo más bakano y extremo de todo el universo. Y como siempre fuimos curiosos y creativos, pasamos ese verano a patá peláh, corriendo, embarrados, concentrados en la construcción de nuestro imperio al lado del sauce y nuestro columpio. Un par de tablones, y sobre todo, mucha imaginación nos ayudaron a pasar  (creo) uno de los veranos más bakanes.

La construcción de nuestro imperio, no solo fue disfrutadas en exceso por nosotros, los monarcas y creadores de ese universo de juegos. Nuestros vecinos, eran participes de nuestras creaciones, y podíamos pasar casi todo el día arriba de las tablas; sentados con las patas en el agua. O esperando el turno de quien le tocaba columpiarse un rato. 


Pasábamos todo el día metidos en la acequia; arriba del columpio. Escalando como los monos los árboles; cazando saltamontes; comiendo damasco y tirándonos los cuescos; comiendo sandia y haciendo metralletas con pepas y escupos. Corriendo a pata pelah por el maicillo sin quejarnos; mirando las estrellas en la noche acostados de espalda en la terraza. Haciendo paseos al cerro; o caminatas a la vertiente; nuestras excursiones en bicicleta.

Creo que jamás saboreé tanto la libertad como en aquel verano. Un libertad genuina, con unas ansías voraces de devorarnos el mundo, de creer que eramos capaces de construir imperios con un par de tablas. De ser felices con tan poco. De lanzarnos a creer en nosotros sin miedo.