lunes, 3 de octubre de 2016

Capítulo 14. Parque Acuático

Nunca fui muy buena para enfermarme, pero de chica sufrí ene con el smog santiaguino. Vómitos, mareos era la tónica de siempre que había pre emergencia o emergencia en Shaguito

Mis viejos un poco aburridos de la vida capitalina decidieron emprender el vuelo a otros horizontes y nos fuimos a vivir al campo. Todo un mundo nuevo, para nosotros.
Nos fuimos a vivir a El Monte, que tampoco es taaaan lejos de Santiago. Fue bakan ver como construían la que sería nuestra casa, jugar en el patio gigante con pastizales enormes. Los mejor de todo es que la nueva casa tenía una acequia al fondo con unos sauces enormes. 
Paso el primer año escolar en la escuelita rurals, y se venía el verano y con ello las vacaciones. 
Habíamos hecho un columpio en el sauce, que era de lo más bakano y extremo de todo el universo. Y como siempre fuimos curiosos y creativos, pasamos ese verano a patá peláh, corriendo, embarrados, concentrados en la construcción de nuestro imperio al lado del sauce y nuestro columpio. Un par de tablones, y sobre todo, mucha imaginación nos ayudaron a pasar  (creo) uno de los veranos más bakanes.

La construcción de nuestro imperio, no solo fue disfrutadas en exceso por nosotros, los monarcas y creadores de ese universo de juegos. Nuestros vecinos, eran participes de nuestras creaciones, y podíamos pasar casi todo el día arriba de las tablas; sentados con las patas en el agua. O esperando el turno de quien le tocaba columpiarse un rato. 


Pasábamos todo el día metidos en la acequia; arriba del columpio. Escalando como los monos los árboles; cazando saltamontes; comiendo damasco y tirándonos los cuescos; comiendo sandia y haciendo metralletas con pepas y escupos. Corriendo a pata pelah por el maicillo sin quejarnos; mirando las estrellas en la noche acostados de espalda en la terraza. Haciendo paseos al cerro; o caminatas a la vertiente; nuestras excursiones en bicicleta.

Creo que jamás saboreé tanto la libertad como en aquel verano. Un libertad genuina, con unas ansías voraces de devorarnos el mundo, de creer que eramos capaces de construir imperios con un par de tablas. De ser felices con tan poco. De lanzarnos a creer en nosotros sin miedo. 








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