Desde pequeña he sido un poco desastrosa y he tenido una fijación por creerme peluquera. Lo peor de todo que sé que siempre el resultado final, después de haber tomado la tijera será terrible, pero de todas maneras siempre corro el riesgo.
Supongo que después de ver el joven manos de tijera, siempre me he creído un poco la niña manos de tijera; pero como diría mi mamá, soy la niña manito de poto....siempre dejo la cagada.
Mi primera experiencia fue Bobby, el perro de mi tía. El Bobby era un quiltro peludo como un poodle, y yo en un acto de misericordia y porque pensaba que él no veía bien, no sé me ocurrió mejor manera de ayudarlo que cortarle el pelo. Lamento tanto lo que hice a Bobby y a todos mis otros perros a lo largo de mi vida. Pero aclaro que ellos no fueron los únicos, por que yo también me sometí a diversos cambios de look.
El primero, del cual no tengo memoria, pero mi madre me lo echa en cara cada vez que puede para avergonzarme sobre mis malos dotes de peluquera frustrada, fue cuando mi mamá había tenido a mi hermano pequeño. La verdad cada vez que me cuenta, me da un ataque de risa. Llegue a verla a la maternidad con un gorro de lana, que me puso mi abuela en plena primavera. Mi madre dudo al toque de mi look pachamamico y cacho al toque que alguna cagada me había mandado. Quede como príncipe valiente con mi cambio de look, osea demasiado poco cool.
Y por lo menos una vez al año, y en un ataque de locura no controlable, pesco la tijera y paff, me dejó la cagada. Una cagada tan descomunal, que mi consuelo siempre es; no importa, el pelo crece! Como que me gusta autoatentarme cada cierto tiempo. Menos mal nunca he sido aficionada a las tinturas, sino a estas alturas de mi vida, ya estaría pelada!
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